lunes, 9 de julio de 2007

Los disparados

No descuiden su ropa de noche. No duerman desnudos, aunque les enorgullezca su esbeltez, la longitud de sus piernas o el tamaño de su sexo. Si desatienden mi consejo no sentirán frío ni calor. Tampoco se agrietarán sus talones, pero se cansarán de las miradas, por muy halagadoras que sean, y no podrán arroparse durante la madrugada. Nuestros muertos suelen vestir con pijamas blancos. En la pechera aparecen cuatro palabras, cosidas con hilo azul, Hospital of Gary. Indiana. Son viejos. Aunque no tosan ni sientan dolor, las arrugas, las manchas negras y el declive de las vértebras se mantienen. Todos quieren volver a morir. Algunos se encierran entre las ruinas y duermen durante años. Luego regresan. Siempre regresan.
Los asesinados formamos la élite. Somos jóvenes y llevamos calzado. Se nos detecta fácilmente. Sobre todo a las víctimas de disparos. Yo tuve suerte. La bala entró por la espalda, abandonando en la camiseta un estampado oscuro que, en los días de verano, parece un sol enfermo, al borde del estallido.


5 comentarios:

Olves dijo...

Yo ahora duermo desnudo, aunque no sea esbelto ni tenga piernas largas y no me enorgullezca mi polla en especial(convivimos: ella cumple con su parte el 90% de las veces y yo no la maltrato).
Lo de la muerte por disparo, a no ser que sea autoinflingida, es demasiado deformante para mi gusto. Prefiero barbitúricos y unas seis o siete mulas moscovitas.
También había pensado en la soga, por lo de la erección eterna, pero si me dices que la dirección ha prohibido el sexo, lo descarto. Además no es plan de quedarse para los restos con el cuello quebrado y la lengua colgando.
Claro, que nunca se puede contar con el factor accidente.
Voy a tener que renovar mi fondo de armario.

Unknown dijo...

Hi, Tanja.
Try here.
You can confess anonimously.
May The Lord takes care of you, dear!

Reb dijo...

yo diría, querida Jane, que en vida fuiste un hombre

Reb dijo...

¿Jane?

Jane Wilkins dijo...

En la otra vida fui una niña feliz, que creía en un Dios bondadoso con largas barbas blancas, que me acogería en su seno cuando muriera en mi lecho, rodeada de nietos y moderados llantos.